John Fernández
Toyota abrió la veda con aquella cinta de aluminio capaz (según ellos) de descargar estática y mejorar la estabilidad del coche. Un invento mínimo que incendió debates enteros.
Y, sin querer, reavivó un tema que en el mundo de la moto lleva décadas dando vueltas: las mejoras que no se ven. Las que no suman caballos ni cambian el sonido pero, en teoría, afinan la moto (o coche, en su defecto) por dentro.
Un truco de Toyota que también vale para las motos
El aviso viene de un exdueño de taller japonés de motos que lleva tiempo desmontando estas modas sin caer ni en la burla ni en la fe ciega. De todas las supuestas melodías ocultas, hay una que sí tiene algo de fundamento: la conexión a tierra. El principio es simple: la corriente vuelve al borne negativo pasando por el chasis, pero a veces ese camino está lejos de ser perfecto. Óxido, pintura, uniones fatigadas… Pequeñas resistencias que no ves, pero están ahí.
Este veterano mecánico lo resumió de la forma más clara posible: "Si le facilitas el camino a la electricidad, todo lo demás funciona un poco mejor". Ese truco (originalmente de Toyota para sus coches) consiste en añadir un cable de baja resistencia desde la batería a puntos del motor o del chasis. No añade potencia. No transforma la moto. Pero en algunas motos antiguas sí puede devolver brillo a un faro o suavidad a la chispa (y parece que no, pero esto es una modificación clave). Justamente la clave es esa: cuanto más vieja sea la moto, más sentido tiene.
Porque en las nuevas, lo contrario. Ahí ya no hablamos de mejorar, sino de añadir riesgos: cables de más, posibilidad de cortos, garantías comprometidas. Este japonés lo deja claro: es una técnica válida en motos veteranas, pero irrelevante (o innecesaria) en modelos recientes.
Lo mismo ocurre con el siguiente mito: los condensadores milagrosos. Sobre el papel tienen un sentido técnico: almacenan y liberan energía muy rápido, compensando caídas de tensión breves. En la práctica, en una moto moderna con un alternador que genera más de lo que consume, su utilidad real es mínima. Arranques fríos, cargas repentinas… Sí, un capacitor podría suavizar un instante crítico. Pero para eso está la batería. Y para cuando la batería falla, lo lógico no es añadir un parche electrónico, sino cambiarla.
Además, los condensadores traen su propio problema: un componente más es un punto de fallo más. Y ya hubo productos similares retirados del mercado por incendios en coches. El supuesto beneficio, si existe, no compensa el riesgo.
El último clásico del catálogo es el inflado con nitrógeno. Se vende como una panacea: menos pérdida de presión, más vida útil del neumático, menos sensibilidad a la temperatura. Todo suena bien… Hasta que rasca la lógica. El aire normal ya contiene un 80% de nitrógeno. Las pérdidas reales vienen antes por válvulas, poros del caucho o llantas que no sellan perfecto. Y la vida útil de un neumático la marca el desgaste, no el gas que lleva dentro. Si ni en competición lo usan por estética, sino por humedad y estabilidad extrema, menos sentido tiene para un usuario normal.
La teoría detrás de estas mejoras no es absurda. Pero el contexto importa. Motos antiguas, cableados cansados, masas oxidadas: ahí sí puede haber margen. Motos actuales, alternadores potentes, electrónica estable: ahí no hay nada que rascar.
Y quizá esa sea la verdadera lección detrás de todo este tema: en las motos no todas las mejoras son visibles, pero tampoco todas las mejoras invisibles son reales. Algunas afinan lo justo. Otras solo afinan la imaginación. Lo que no cambia es que siguen volviendo cada pocos años, igual que la cinta de aluminio de Toyota, recordándonos que la mitad del rendimiento vive en detalles eléctricos… y la otra mitad en no complicarse la vida más de lo necesario.
Imágenes | Peugeot, MCN
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