KTM no solo se ha llevado por delante motos y puestos de trabajo con crisis. El efecto colateral es un pueblo de 8.000 habitantes

Mientras la fábrica intenta vender 110.000 motos y rehacer su estructura, Mattighofen espera a ver si la recuperación llega antes de que el daño sea permanente

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John Fernández

Durante años, en Mattighofen bastaba con mirar a KTM para saber cómo iba todo lo demás. Si la fábrica crecía, el pueblo respiraba. Si la marca apretaba el acelerador, detrás venían el empleo, la vivienda, los comercios y las arcas municipales.

Por eso, cuando KTM se tambaleó, no fue solo una crisis empresarial: fue un golpe directo al corazón de una ciudad entera.

Mattighofen, la ciudad que vive y sufre al ritmo de KTM

Mattighofen tiene unos 8.000 habitantes y una dependencia histórica de la marca naranja. No es una exageración ni una metáfora fácil. KTM no es un gran empleador más, es el eje alrededor del cual gira buena parte de la economía local. Y cuando la compañía entró en barrena, ese vínculo se volvió evidente de forma casi inmediata. Menos empleo, menos pedidos para las empresas del entorno, proyectos inmobiliarios congelados y familias que empezaron a plantearse marcharse.

El propio alcalde, Daniel Lang, lo resumió sin rodeos: "Nos falta un millón de euros en el presupuesto; tenemos que apretarnos el cinturón". Ese millón no cae del cielo. Coincide casi al céntimo con la pérdida anual de ingresos fiscales ligados a KTM. Solo los recortes de personal han reducido en torno a un millón de euros la recaudación del Kommunalsteuer, el impuesto municipal que pagan los empleadores y una de las principales fuentes de financiación del municipio. A partir de ahí, todo lo demás es efecto dominó.

La ciudad no está formalmente en quiebra, pero ha pasado de la estabilidad a la vigilancia constante. Cada gasto se revisa, cada inversión se mide dos veces. Y el ambiente es el de una espera tensa, como si todo estuviera en pausa hasta saber qué versión de KTM saldrá del otro lado de la crisis.

La intervención india evitó el peor escenario, el de la liquidación. Pero salvar la marca no significa que el problema esté resuelto. Significa, en el mejor de los casos, que hay tiempo. Y ese tiempo se está usando para una reestructuración profunda, con una fecha marcada en rojo: volver a la rentabilidad en 2027.

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Con Stefan Pierer ya fuera del mando, primero en la gestión y después en la gobernanza, el timón lo lleva ahora Gottfried Neumeister. Su primer objetivo no es lanzar motos nuevas ni reinventar la marca, sino algo mucho más prosaico: vender lo que ya está hecho. Los números pesan. A finales de este año se estima que todavía quedarán unas 110.000 motos sin vender, repartidas entre concesionarios y almacenes propios. La fábrica, consciente del problema, trabaja en un solo turno y produce menos de lo que vende para ir drenando ese exceso de stock.

Pero el verdadero debate va más allá de vaciar naves. Es industrial, y es incómodo. Hoy, alrededor de 120.000 motos de pequeña cilindrada se fabrican en India. En Austria se mantienen los modelos de mayor valor añadido: gama media-alta, off-road y productos con el sello "Hecho en Austria". El problema es que la presión sobre los costes es brutal, y Bajaj nunca ha disimulado su posición. Una caja de cambios producida en India cuesta un 78% menos que una fabricada en Alta Austria. Y cuando Rajiv Bajaj dice que "la producción europea está muerta", no suena precisamente a mensaje tranquilizador para una región que vive de ello.

En paralelo, KTM ha empezado a reducir su perímetro. Ha vendido su negocio de bicicletas, que acumulaba pérdidas millonarias, se ha desprendido de su participación en MV Agusta y ha vendido KTM Sportcar a inversores belgas. Menos frentes abiertos, menos consumo de recursos y una idea que se repite desde la nueva dirección: crecer menos y hacerlo mejor. "No queremos ser los más grandes, sino los mejores", ha dicho Neumeister. Y también: "Todavía no estamos perdidos, pero necesitamos retomar el rumbo".

En Mattighofen, esas frases se escuchan con atención, pero sin euforia. Porque aquí, cada decisión industrial tiene consecuencias sociales inmediatas. Cada turno que no se recupera, cada proveedor que se queda fuera, cada retraso se nota en la calle. KTM sigue en pie, sí, pero la ciudad que la rodea vive en un equilibrio frágil, pendiente de que la recuperación prometida llegue antes de que el desgaste sea irreversible.

Imágenes | Mindtrip, KTM

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