El eterno duelo motero nunca fue Honda-Yamaha. Fueron una Aprilia RS125 y una Cagiva Mito que hicieron amar las motos a toda una generación

Benditos años '90 que nos regalaron motos y competitividades como la de estas dos bestias

Mito
1 comentario Facebook Twitter Flipboard E-mail
john-fernandez

John Fernández

A ver, no nos engañemos. La historia de las motos va mucho más allá de cilindradas, fichas técnicas o cronómetros. Hablamos de una época concreta (los maravillosos '90) en la que las 125 cc de dos tiempos no eran un paso previo ni una categoría de aprendizaje, sino el centro del universo. Eran motos pequeñas solo en cilindrada, pero enormes en presencia, sonido y carácter.

Y dentro de aquel ecosistema saturado de opciones, hubo dos nombres que acabaron eclipsándolo todo: Aprilia RS 125 y Cagiva Mito... Todo.

Cuando la competencia estaba en las 125 cc

No fue una rivalidad fabricada desde un despacho que digamos. Nació en los garajes, en las revistas, en los pósteres de dormitorio y en las conversaciones eternas del instituto. La RS y la Mito no competían solo por ser más rápidas, sino por representar dos formas distintas de entender una moto deportiva a escala 1:1.

La Aprilia siempre fue la más directa heredera de los circuitos. Desde principios de los '90 apostó por una receta muy clara: chasis de aluminio de doble viga, basculante contundente, geometrías tensas y una estética que miraba sin complejos a las motos de Gran Premio.

Cada evolución reforzaba esa idea. Cambiaban los carenados, se afinaban suspensiones y frenos, pero el mensaje era el mismo: esto es una moto de carreras con matrícula. Incluso cuando las normativas y las emisiones empezaron a apretar, la RS siguió jugando esa carta, aunque fuese más desde lo visual que desde lo mecánico.

Apri1

La Cagiva, en cambio, iba por otro camino. La Mito era menos agresiva en su planteamiento, pero mucho más emocional. Su diseño siempre tuvo algo de objeto de deseo puro, casi fetichista. Primero con aquellas líneas redondeadas y los dobles faros, luego con la silueta inspirada sin disimulo en la Ducati 916.

Era una moto que parecía más grande de lo que era, más seria, más de verdad. Y además tenía ese punto exótico que solo Cagiva sabía darle en aquellos años, cuando la marca aún respiraba competición y ambición.

Cagiva Mito 125 1

Técnicamente, las diferencias también estaban ahí. La RS apostaba por una posición más radical, más cargada al tren delantero, más rápida de reacciones. La Mito ofrecía una ergonomía algo más clásica, menos extrema, y una estabilidad que transmitía mucha confianza, incluso cuando ibas al límite de lo que permitía una 125. Ninguna era objetivamente mejor en todo. Cada una tenía su forma de convencerte.

Cuando se mira atrás y se revisan datos de época (de cuando aún no mandaban los 15 CV por los carnets europeos), la Aprilia solía imponerse en cifras puras: algo más de potencia, algo más de velocidad punta, algo mejor en aceleración. Pero reducir esta rivalidad a décimas y kilómetros por hora es perder el sentido del asunto. Porque la Mito no necesitaba ganar en el cronómetro para ganarse a quien la soñaba.

Al final, lo que hicieron estas dos motos fue algo mucho más importante que ganar comparativas. Construyeron una cultura. Enseñaron a miles de chavales que una moto podía ser bella, exigente, ruidosa, incómoda y absolutamente irresistible. Que no hacía falta esperar a una mil para sentirte piloto. Que una 125 podía marcarte para siempre. Y de hecho a muchos les marcó tanto que hoy empezaron por aquellas motos y aquí siguen, leyéndonos cuando el panorama es... Bueno, dejémoslo en bien distinto.

Hoy ya no existen motos así. Ni por normativa, ni por mercado, ni por mentalidad. Pero quienes crecieron con una RS 125 o una Mito en la cabeza lo saben bien: aquella rivalidad no era sobre cuál era mejor. Era sobre cuál te robó el corazón primero. Y eso, tres décadas después, sigue sin resolverse.

Imágenes | Aprilia, Cagiva

En Motorpasión Moto | Hace 36 años Yamaha puso patas arriba el mundo con una moto se que acoplaba al piloto. Fue un fracaso, pero le debemos mucho

Inicio