Si el Dakar ya era el infierno, la Camel Marathon Bike jugaba en otra liga. La auténtica aventura trail con motos por tirolinas

Nacida en Italia a finales de los '80, la Camel Marathon Bike metió a equipos italo-españoles en Zaire y Perú con navegación por roadbook, puentes que no existían y asistencia mínima

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John Fernández

Si el Dakar ya era (y es) el infierno en moto, la Camel Marathon Bike jugaba en otra liga. Tres ediciones, una moto casi de serie y escenarios que iban de la selva del Zaire a los Andes peruanos con tirolinas sobre ríos, barro sin fondo y noches a la intemperie.

No fue la más famosa, pero durante unos años a finales de los años '80 fue, para quienes la vivieron, el examen más crudo al que un piloto de trail podía enfrentarse.

Tres ediciones, una Honda Dominator casi de serie y selva, barro y Andes

La idea nació en Italia, de la cabeza, precisamente, de un dakariano, Beppe Gualini (65 raids africanos, 10 Dakars) y del responsable de prensa de Camel Italia, Francesco Rapisarda. Si el Camel Trophy ponía a prueba a equipos en 4x4, ¿por qué no replicarlo en moto? Honda Italia se subió al barco y puso la herramienta: la recién lanzada Honda NX650 Dominator. Gualini trazó rutas, países y especiales; Camel validó el concepto con un nombre propio: Camel Marathon Bike.

El formato mezclaba selección de participantes estilo Trophy (pruebas de pilotaje, orientación y trabajo en grupo) con un itinerario de varios días, navegación con roadbook y logística mínima. La edición piloto fue en 1987 sobre la península de Baja California: dos italianos, Livio Suppo y Claudio Foschini, se hicieron Los Ángeles–Baja a lomos de Dominator casi de serie, en un largo tour por lugares extraordinarios. Aquel bautismo duró diez días y dejó claro que la mezcla de aventura real y comunicación funcionaba.

En 1988 llegó África. Zaire (hoy República Democrática del Congo) fue la primera “verdadera” Camel Marathon Bike, con especiales, clasificación y cuatro equipos (dos italianos y dos españoles). Allí el romanticismo cedió sitio a la supervivencia: selva cerrada, pasos de agua y puentes… Cuando los había. Carlo Fiorani, en la organización, lo resume sin metáforas: "Tuvimos que saltarlo con tirolinas". Ganaron los italianos Maurizio Bombarda y Marco Bosoni. Y quedó grabado que esta carrera apretaba los tornillos en dureza de una forma distinta al Dakar: menos velocidad, más trinchera, más exposición.

La última parada fue Perú, en noviembre de 1989. Allí, España entró ya de pleno: las revistas Solo Moto y Motociclismo organizaron pruebas de selección en Cataluña y Madrid, y viajaron dos parejas españolas (Pep Sala y Gabriel Giró; Carlos Tertre y Félix Millet) para medirse a dos equipos italianos. El guion fue montaña rusa: de amanecer a 4.500 metros helados en los Andes a anochecer sudando en plena Amazonía. Ganaron Giuseppe Maule y Marco Miglietta.

¿Por qué se sentía (y era) más dura que el Dakar? Primero, por el terreno. El París-Dakar de entonces era un sprint largo y abrasivo por desiertos abiertos; la Camel te metía en jungla primaria, ríos sin paso, barro profundo y pistas selváticas donde 70 km podían costar medio día. Segundo, por la asistencia: mínima. Los relatos cuentan filtros que se tragaban arena, reparaciones precarias y mucha autosuficiencia. 

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Y tercero, por la herramienta: la Dominator de 644 cc iba prácticamente de serie, con retoques puntuales (suspensiones, escape Arrow Dakar, neumáticos de campo y decoración Camel). Era robusta y noble, sí, pero no una dakariana de fábrica; justo ahí estaba la gracia… y la dureza.

La Dominator, por cierto, era la moto perfecta para esa filosofía "Marathon": monocilíndrica aire/aceite, unos 44–46 CV y alrededor de 150 kg en seco, sencilla de mantener y suficientemente ligera para remar entre raíces y piedras. Nada de exotismos; una trail real enfrentada a obstáculos reales.

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El plan de Camel y Honda era abrir la participación a más países tras el ensayo italo-español. Pero la historia se quedó en tres capítulos. El éxito creciente de la versión en moto empezó a pisar la sombra del propio Camel Trophy de los 4x4, y la organización prefirió cortar el proyecto y concentrar el foco mediático en su joya original. Una decisión pragmática que ayudó a borrar la Marathon Bike de la memoria colectiva… aunque no de quienes la sudaron.

Con el tiempo, la Camel Marathon Bike ha quedado como un guiño de culto: Dominators amarillas con dorsal y faro cuadrado perdidas entre lianas, italianos y españoles compartiendo tiendas y roadbooks, y ese tono de aventura sucia que hoy costaría replicar. No fue un Dakar ni quiso serlo; fue otra cosa. Más corta y más promocional, sí, pero en muchos tramos más salvaje. Y, quizá por eso, inolvidable para quienes llegaron a la meta.

Imágenes | Paris Dakar

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