
En el mundo del motor estamos los que soñamos con tener un garaje lleno de máquinas míticas. Luego están los que lo consiguen… Y lo llevan mucho más allá. Paul Sagaser no solo vivió rodeado de gasolina y óxido glorioso, sino que terminó convirtiendo su tierra en Dakota del Norte en algo parecido a un santuario de clásicos.
Coches, motos, piezas imposibles de encontrar… y una historia que hoy, a casi siete años de su muerte, resuena con más fuerza que nunca. Y ahora la historia se detiene, porque su familia va a venderlo todo.
Más de 300 vehículos de colección, y muchas, muchas motos...
El garaje de Paul era lo más parecido a un santuario para los amantes de los coches y motos. Sagaser trabajaba en la industria del petróleo, rastreando pozos y gasoductos en medio de Estados Unidos. Pero no era solo un geólogo: era un cazador de reliquias, un rescatador motos y coches en el más puro sentido de la palabra.
Así, durante tres décadas, fue reuniendo coches y motos por todo el país. Muchos dormían al raso, alineados por modelo y año, esperando una segunda vida. Otros sí lograban volver a rugir, gracias al pequeño taller que montó con su familia, donde sus hijos aprendieron mecánica y amor por lo clásico a partes iguales.
Así que lo consiguió. La finca de los Sagaser, al sur de Epping, no era una granja normal. Era un museo al aire libre, una especie de cementerio viviente para amantes de lo retro. Se lo tomaba tan en serio que nunca desguazaba nada. Cada coche, cada chasis, tenía su historia. Lo suyo no era acumular chatarra, era conservar memoria.
La colección se volvió tan popular que empezaron a llevar vehículos a ferias y exposiciones. La gente venía desde otros estados para ver ese lugar mágico donde los muscle cars y las motos viejas convivían en perfecta armonía.
Pero un día, todo se acabó... Fundido a negro sobre una Harley. En julio de 2018, Paul volvía de una reunión del club motero local, montado en su Harley-Davidson Electra Glide. En algún punto del trayecto, se topó con un paso a nivel. La rueda delantera se le trabó entre los raíles y una traviesa maldita. Intentó sacar la moto con todas sus fuerzas. No la soltó. No pudo o no quiso. Un tren lo alcanzó. Murió en el acto. Murió abrazado a su moto.
Es difícil imaginar una escena más potente. Un hombre solo, en mitad del campo, enfrentándose al destino por no abandonar su compañera de ruta. Para muchos, fue un final trágico. Para otros, fue morir con honor.
Y ahora, tristemente, su familia ha decidido dejar marchar la colección. No por desinterés, sino porque saben que cada uno de esos vehículos tiene que seguir rodando, que ese legado no puede oxidarse en silencio El próximo 7 de junio se subastará su legendaria colección. Más de 300 vehículos buscarán nuevo dueño a través de VanDerBrink Auctions.
Imágenes | VanDerBrink Auctions