Se avecinan semáforos con una cuarta luz blanca. Y no, no es ciencia ficción ni un invento más de Silicon Valley: es una propuesta seria de varios investigadores estadounidenses para preparar las ciudades a un escenario donde coches autónomos y conductores humanos tendrán que convivir sin caos… O intentándolo.
La llamada fase blanca lleva años dando vueltas en los laboratorios, pero ahora vuelve con un enfoque más realista: aprovechar la potencia informática de los propios vehículos autónomos para coordinar el tráfico.
Cómo funcionaría la futura “fase blanca” en los semáforos
La idea es sencilla: cuando haya suficientes coches autónomos en una intersección, el semáforo encenderá una cuarta luz blanca. Ese destello no significa ni avanzar ni detenerse, sino algo muy distinto para los conductores humanos: "Simplemente sigue al vehículo que tengas delante".
Ese pequeño gesto cambia todo. El rojo seguirá siendo rojo, el verde seguirá siendo verde... Pero la luz blanca activará un modo coordinado en el que los coches autónomos se encargan de mover el tráfico como un pequeño enjambre sincronizado. Los humanos dejan de decidir por sí mismos durante unos segundos y se limitan a dejarse llevar por el flujo.
Las simulaciones son optimistas. Con un 10% de vehículos autónomos circulando por las intersecciones, los tiempos de viaje bajan un 3%. Con un 30%, la mejora sube al 10,7%. Y en condiciones ideales, con una flota bien distribuida, la fase blanca podría reducir los retrasos hasta en un 90%. Son cifras tan llamativas como teóricas, pero suficientes para que los gestores de movilidad empiecen a prestar atención.
El concepto no es nuevo: en 2020 ya se planteó algo parecido, pero entonces todo dependía de un sistema centralizado vulnerable a fallos y latencias. Ahora la idea se apoya en computación distribuida: cada coche autónomo aporta su parte y, juntos, crean un pequeño cerebro en red que decide quién pasa, quién frena y cuándo toca reactivar el modo semáforo tradicional.
Aun así, llevar esto a las calles llevará años. Habrá que modernizar semáforos, instalar comunicaciones avanzadas, definir protocolos y, sobre todo, resolver quién es responsable cuando algo sale mal. Ali Hajbabaie, uno de los autores del estudio, lo resume con cautela: algunas pruebas podrían hacerse pronto en puertos o centros logísticos, donde los vehículos autónomos ya trabajan. Pero la implementación real en ciudades es harina de otro costal.
Y aquí llega la gran duda para el mundo de las dos ruedas: ¿qué pasa con las motos? Los coches autónomos están pensados para interactuar con otros coches, no con vehículos que se cuelan entre los carriles, frenan y aceleran con más agilidad y ocupan la mitad de espacio. En un escenario de fase blanca, un motorista podría encontrarse siguiendo a un coche autónomo sin tener claro si debe obedecerlo, adelantarlo o mantener distancia. Las simulaciones apenas contemplan este tipo de dinámicas.
Lo más probable es que las primeras pruebas serias se hagan en zonas donde casi no haya motos. Pero cuando este sistema llegue a las calles de verdad, habrá que definir cómo se comporta un motorista ante una luz blanca. ¿Sigue fielmente al coche que tiene delante? ¿Mantiene su propio criterio? ¿Puede adelantar? Nada de eso está claro.
De momento, seguimos con lo de siempre: parar en rojo, arrancar en verde y maldecir cuando toca. Tradiciones que, por lo visto, ni los robots tienen prisa en quitarnos.
Imágenes | Pixabay
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