En moto por el Oeste Norteamericano (14): en las interminables autopistas de Los Angeles

En moto por el Oeste Norteamericano (14): en las interminables autopistas de Los Angeles
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Tras la desilusión de Barstow, al levantarnos el domingo teníamos que hacer los planes de la última etapa de la ruta 66. En los mapas se apreciaba fácilmente que intentar seguir este último tramo en el tramado de carreteras y autopistas que hay llegando a Los Angeles iba a ser especialmente difícil, y por lo que leíamos, tampoco especialmente gratificante. De hecho, alguno de los mapas de la ruta 66 ya te enviaba directamente por la autopista en ese tramo.

Además, a estas alturas el calendario ya estaba muy apretado. En Los Angeles podríamos parar una única noche, aprovechando para pasear lo que pudiéramos robar esa tarde y un rato a la mañana siguiente. Poco tiempo para una ciudad enorme repleta de rincones por descubrir. Al final, decidimos partir por la vía más directa hacia la ciudad dejándonos el poder decidir durante la mañana si entrábamos por la autopista o nos decidíamos a atravesar las montañas que se apreciaban en el mapa junto a la Los Angeles.

Al atravesar Barstow por la mañana, decidimos darle una última oportunidad al pueblo para que nos muestre sus encantos. Hacemos una breve visita a la antigua estación, donde encontramos unas grandes locomotoras y un pequeño cerrado museo sobre la ruta 66 en California. A primera hora del domingo solamente es una ciudad dormida que nos toca las narices con semáforos inútiles, haciéndonos parar para que nadie pase. Definitivamente, vamos a buscar la ruta 15 en dirección a Los Angeles-San Diego.

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Victorville nos recibe con un enorme letrero que anuncia su condición de ciudad histórica en la ruta 66, señalando el inicio del “Old Town Route 66”. Pero a pesar del letrero, se encuentran pocos rastros de la ruta en la ciudad. El día había amanecido frío y ya habíamos parado un par de veces a abrigarnos un poco más. Carme: “¿Pero no me habías dicho que no íbamos a pasar más frío tras la nieve del Grand Canyon?”. Pues nada, el día había amanecido gris, frío, nublado y muy ventoso (otra vez el dichoso viento…). Inesperada manera de aproximarnos al “Californian way of life”.

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Buscando un bar para tomar un café calentito encontramos una de esas hamburgueserías estilo años 50 que tanta gracia nos hacían al principio del viaje. Pero ya empiezan a ser un paisaje repetido y un modo de alimentación cansino. Apenas era poco más de las nueve de la mañana y la gente estaba desayunando verdaderos platazos de carne, patatas “mashed”, unos cuantos huevos y unas sopas que servían para bañarse. “Only a coffee with milk, please”, y nos miraban con cara de no entender que no pidiéramos comida. ¡Hay que ver como llegan a comer por estas tierras!.

Tras el desayuno nos encontramos con un grupo de Harleys en su paseo dominical que nos saludan efusivamente. No son tan diferentes a nosotros: el domingo se suben en sus motos y se van a dar una vuelta en grupo. Eso sí, con toda la parafernalia Harley (lo que me parece más curioso son los cubrepantalones de piel que llevan prácticamente todos) y circulando escrupulosamente en un único carril de circulación. En total, son más de una treintena de motos las que pasan, con muestras de todos los modelos de la gama incluyendo un par de trikes.

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Desde Victorville se veían las montañas nevadas y algún anuncio de carreteras cortadas por la nieve. Dado que el tema del frío ya se había vuelto innegociable, quedó descartado el paso por las montañas nevadas para entrar en Los Angeles. Bueno, se dice que hay que dejar cosas pendientes para volver, ¿no?. Regresamos a la ruta 15, que habrá que seguir hasta poder tomar la 10 que entra directamente en la ciudad. Además, en la mayor parte de este tramo la 66 coincide con el mismo trazado.

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A pesar de ser domingo por la mañana (o quizás precisamente por eso), el tráfico hacia la costa es intenso. No hay atascos, pero todos los vehículos circulamos a velocidad constante en todos los carriles de la autopista: prácticamente no hay carril rápido ni lento. Pero lo más impresionante llega unas millas más adelante.

La autopista tiene una larga y pronunciada pendiente. Tráfico intenso en sus cuatro o cinco carriles (según el trozo), una fuerte bajada y zarandeados por el viento que volvía a soplar con fuerza. Toda una experiencia conducir la pesada Harley en esa autopista. Me recordaba la autopista en constante bajada que hay entre La Laguna y Santa Cruz de Tenerife, pero en lugar de 10 kilómetros durante mucho, mucho rato.

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A medida que nos vamos aproximando a Los Angeles, la densidad del tráfico todavía aumenta más. Yo iba un poco tenso, prevenido por las muchas historias que había oído sobre perderse en la red de autopistas de Los Angeles. Pero el primer contacto fue muy positivo y fácilmente encontramos el desvío hacía la ruta 10. Cuando ya se suponía que estábamos circulando por dentro de la ciudad, nos sorprendió un letrero que anunciaba 39 millas hasta Pasadena, en donde teníamos el motel reservado. Las distancias dentro de la misma ciudad son enormes y gran parte del día lo pasaremos yendo de un sitio a otro.

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Al llegar a Los Angeles volvieron a aparecer los carriles “Carpools only” que habíamos visto a las afueras de San Francisco, que están reservados para vehículos con dos o más pasajeros. Siempre me entra la duda de si puedo entrar con la moto en esos carriles o están reservados para automóviles. En la moto vamos dos pasajeros por lo que no debería ser problema, pero en San Francisco me fije en que las motos locales no los utilizaban a pesar de ser hora punta. Por suerte, es domingo por la mañana y no nos hace falta.

Sin demasiada complicaciones encontramos nuestro motel en Pasadena. Sobre el papel nos pareció una buena idea quedarnos en un lugar tranquilo y relativamente céntrico. Pero esa idea solamente fue buena sobre el papel: con unas distancias tan grandes, lo que conseguimos fue estar lejos de todos sitios. Afortunadamente, solamente estábamos una noche en Los Angeles. Rápidamente, descargamos el equipaje y nos fuimos a descubrir la ciudad.

En la calle paralela encontramos unas señales que nos indicaban la ruta 66 por dentro de Los Angeles. Son unas señales muy monas encima de los postes, pero que dan orientaciones al llegar a los cruces. Seguimos la orientación y atravesamos unos cuantos barrios de la ciudad. Tan pronto encuentras carteles en caracteres asiáticos como en español, aunque se distingue claramente cuando nos encontramos en zonas anglosajonas “buenas”.

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Nos emocionamos como unos niños al ver el letrero de Hollywood en lo alto de la montaña. El poder del cine es enorme: la ciudad no es una desconocida. Como antes en Nueva York y en San Francisco, al pisar por primera vez Los Angeles la sensación es la de estar en un lugar en que ya has estado antes.

No obstante, mi universo personal de la ciudad de Los Angeles se lo debo a las novelas policiacas del detective Harry Bosch (creado por Michael Connelly) y me voy sorprendiendo con los nombres y lugares que aparecen en sus novelas. Recorremos en la moto West Hollywood, Hollywood, el paseo de las estrellas, Beverly Hills y las colinas de Mulholland Drive.

De nuevo coincidimos con las señales de la ruta 66 y decidimos ir hacia Santa Mónica, al encuentro con el Océano Pacífico y el final de la ruta 66. Traspasar los barrios sin usar las autopistas se hace muy pesado. Las distancias son larguísimas y parece que no vamos a ser capaces de llegar al mar antes de que oscurezca. Finalmente, llegamos a la plaquita que señaliza el final de la ruta 66 al llegar al oceáno.

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La vista de la playa y el puerto de Santa Mónica es relajante. Es un lugar muy agradable. Lamentamos no haber reservado el hotel en esta zona.

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Aparcamos de nuevo la moto y paseamos un rato. Nos encontramos una Apple Store. El día anterior se había lanzado el Ipad en Estados Unidos, por lo que tenía dudas si tendrían stock del mismo. “¿Teneis Ipads?” “¿Cuantos quieres?”, y así fue como conseguí mi Ipad al día siguiente de su lanzamiento. De hecho, fue algo así como el premio por finalizar la ruta 66: ¿A qué no es una mala excusa?. En poco rato de jugar con el Ipad me había convencido de que había sido una compra magnífica, pero como no estamos en Applesfera no me extenderé más sobre el tema.

Después de una deliciosa cena en un restaurante japonés (no más carne durante unos días, por favor…) decidimos emprender el regreso nocturno a Pasadena. Cuando miramos el mapa tomamos consciencia de que estábamos bastante lejos. Ya nos había quedado claro que era necesario usar las autopistas interiores de Los Angeles. Para arreglarlo, se puso a llover. ¡Vaya trayecto!. Carriles que aparecían y desaparecían, densidad variable del tráfico con atascos incluidos, cruces y cruces de autopistas en los que había que acertar, la lluvía que no dejaba ver nada… Interminable trayecto. Llegué agotado al hotel de la tensión de la conducción.

Pero la verdad es que a pesar de todo, me había gustado descubrir Los Angeles.

Ficha de ruta día 10: domingo 4 de abril de 2010

Itinerario: Ruta 66; Barstow – Victorville – Ruta 15 y 10 – Los Angeles – Pasadena – West Hollywood – Beverly Hills – Santa Mónica – Pasadena

Distancia recorrida: 206 millas (332 Kilómetros)

Distancia acumulada: 1.951 millas ( 3.146 Kilómetros)

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