Honda VTR 250, la prueba (2/4). La anti-scooter.

Honda VTR 250, la prueba (2/4). La anti-scooter.
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En los últimos años, las ciudades han pasado a ser un territorio dominado por los scooters. Los scooters han mejorado mucho y para muchos motoristas se han convertido en el vehículo urbano por excelencia, e incluso numerosas personas que tienen moto grande para usarla el fin de semana y los viajes, se rinden al scooter de lunes a viernes.

Pero afortunadamente, hay motos como esta Honda VTR 250 para los que preferimos una moto tradicional para la vida diaria. De acuerdo: quizás no sean tan cómodas como los scooters con sus cambios automáticos y sus carrocerías, pero transmiten una autenticidad de sensaciones y un placer de conducción incomparables. Personalmente, cada vez que he llevado un scooter no me ha gustado ni la postura ni las sensaciones de conducción. La Honda VTR 250 viene a demostrarnos que todavía hay vida para la moto urbana “de verdad”. De todos modos, me quedo con las ganas de hacer una prueba comparativa comparando la Honda Scoopy 300 y la Honda VTR 250. Dos modos de ver el mundo que me temo que serán igual de efectivos. Es decir, una vez más, aquello de para gustos se hicieron los colores. ¡Pero yo prefiero la moto!

Al subir a la Honda VTR 250 lo primero que llama la atención es la ligereza del conjunto. Realmente se trata de una moto muy estrecha y muy liviana, lo que transmite una inmejorable sensación de manejabilidad. En parado la moto se mueve con gran facilidad lo que, sin duda, va a ser un elemento importante para el manejo en la ciudad.

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El asiento se ha rebajado respecto a la versión precedente. De hecho, para mi gusto, se ha rebajado demasiado quedando el espacio del conductor con una marcada cuna en la que encajarse. Esta rebaja de altura permite que sea una moto accesible a todo el mundo, especialmente el público femenino y las personas más jóvenes, pero también dificulta el poder moverse en marcha sobre el asiento en las curvas a las personas más altas.

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El manillar es alto y bastante ancho, dejando los brazos con una postura natural y cómoda. Frente al conductor, un frontal dominado por dos grandes relojes analógicos: el velocímetro y el cuentarrevoluciones. Entre ambos relojes, el habitual grupo de testigos luminosos. Una imagen muy clásica en la que no hay un panel digital tan de moda en las motos de hoy en día. Aunque lo que se echa en falta realmente es un indicador de nivel de gasolina.

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Hacia mucho tiempo que no conducía una moto con tan poca cilindrada, por lo que tenía curiosidad por ver como se comportaba. Y desde el mismo momento de la arrancada, debo reconocer que me sorprendió y me cautivo. La moto se mueve con soltura y se siente divertida. Como se preveía en parado, la sensación de manejabilidad y ligereza es máxima, y eso es lo principal para ser efectiva en el tráfico diario de pueblos y ciudades. Tiene una buena salida desde parado y el par suficiente le permite moverse sin tener que hacer un eso excesivo del cambio de marchas. Al ser una moto estrecha, se puede callejear con facilidad y meterse por casi cualquier hueco. El radio de giro es suficiente y además, la altura del manillar le permite moverse bien entre los espejos de los coches.

Vamos, que la moto es perfecta para la ciudad. Tan solo un “pero” destacable, del que tiene culpa esa línea tan bonita: la capacidad de carga. ¿Quien se atrevería a ponerle un baúl a esta preciosidad? Definitivamente, la estética de la VTR 250 no está pensada para llevar bultos, y ello es el único limitante que le encuentro para un uso urbano cotidiano. Bajo el asiento hay un pequeño hueco en el que podemos dejar el teléfono móvil y la cartera pero poca cosa más. En fin, la falta de capacidad de carga no deja de ser una una buena excusa para comprar un ordenador portátil más pequeño y vaciar el maletín lleno de papeles que muchos arrastramos cada día.

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Dejamos la ciudad y el próximo miércoles vamos a descubrir como se comporta nuestra pequeña amiga más allá de los semáforos, de curva en curva.

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