En Burgohondo, un pequeño pueblo de Ávila donde las curvas se enlazan entre pinos y el eco de las motos rebota en las montañas, un simple maniquí ha conseguido lo que ni los radares ni las señales logran: que los conductores frenen.
Es un falso guardia civil que pone orden en la carretera... Sin ser un guardia civil, y sin moverse. Es un maniquí vestido de agente de Tráfico. Y admítelo: todos tocaríamos freno si lo vemos.
El maniquí de Guardia Civil que hace frenar a todo Ávila
El protagonista está plantado frente al bar Islemm, un local mítico entre los moteros que cruzan la Sierra de Gredos. Lleva un chaleco reflectante, una gorra y la actitud firme de quien parece dispuesto a multar al primero que se pase de la raya. No mueve un dedo, claro, porque no puede: es un maniquí. Pero desde lejos, bajo el sol o con la luz cayendo, cualquiera juraría que es un agente de la Guardia Civil controlando la velocidad. Como para no frenar...
El reflejo del chaleco, el gesto rígido y el punto exacto donde está colocado hacen que coches, motos y furgonetas frenen en seco antes de darse cuenta de que el "guardia" es de plástico.
Más eficaz que un radar (y con sentido del humor). El Islemm no es un bar cualquiera. Es uno de esos sitios de carretera donde se mezclan los cascos sobre las mesas, el olor a gasolina y las conversaciones sobre curvas y puertos. Su dueña, Lori, decidió colocar el maniquí más por diversión que por otra cosa, pero el efecto ha sido inmediato: los vehículos pasan más despacio y el pueblo entero comenta la ocurrencia.
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De hecho, los vecinos aseguran que desde que "el guardia" está en la puerta, las frenadas son constantes y los adelantamientos arriesgados han desaparecido. Lo curioso es que, entre risas, el invento ha acabado siendo una medida de seguridad vial involuntaria, tal y como recoge elMotero.
Una broma con fondo serio. Los datos acompañan: según la DGT, en 2024 murieron 286 motoristas en carreteras interurbanas. En uno de cada tres accidentes mortales, la velocidad tuvo algo que ver. Y aunque las campañas y radares son cada vez más frecuentes, iniciativas tan improvisadas como esta demuestran que el humor también puede salvar vidas.
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