La muerte de un joven motorista ha puesto a Indonesia patas arriba y amenaza incluso con salpicar a MotoGP.
Affan Kurniawan tenía solo 21 años y trabajaba como repartidor en moto en Yakarta. El 28 de agosto, mientras recogía un pedido en medio de unas protestas contra los privilegios de los políticos, un blindado de la Policía lo arrolló. Y ha sido la gota que ha colmado el vaso.
Un motorista convertido en símbolo nacional en vísperas del Mundial de MotoGP
No sobrevivió. Las imágenes del atropello, grabadas por testigos, se propagaron a una velocidad brutal en redes sociales y encendieron la mayor ola de disturbios que se recuerda en el país en los últimos años.
El joven, descrito por su familia como “el sostén de la casa”, se convirtió de la noche a la mañana en símbolo de una generación que vive con salarios mínimos y empleos precarios sobre dos ruedas.
Miles de motoristas, vestidos con la chaqueta verde de Gojek, lo acompañaron hasta su tumba. Desde entonces, las protestas han estallado en 32 de las 38 provincias de Indonesia, con sedes de parlamentos incendiadas, barricadas en ciudades como Surabaya o Bandung y enfrentamientos directos con las fuerzas del orden.
El Gobierno ha intentado contener el enfado con disculpas oficiales y con la detención de siete agentes, uno de ellos expulsado deshonrosamente del cuerpo. Pero el clima no mejora. Los manifestantes reclaman justicia y, de fondo, denuncian una desigualdad cada vez más sangrante: mientras los parlamentarios cobran una ayuda de vivienda diez veces mayor que el salario mínimo de Yakarta, el paro juvenil ronda el 16%.
Todo esto ocurre a apenas unas semanas de que MotoGP aterrice en Indonesia. El Gran Premio de Mandalika está programado para el 5 de octubre en Lombok, una cita que suele reunir a decenas de miles de aficionados y que es escaparate mundial para el país. La cuestión es que el ruido de fondo político y social amenaza con reventar la fiesta del motor. No es Yakarta, pero el eco del caso Kurniawan se escucha en todo el archipiélago.
La combinación es explosiva: un joven motorista convertido en mártir tras ser aplastado por un vehículo policial, una nación que arde en las calles y un Mundial que vende riesgo controlado y espectáculo milimétrico. Si las protestas no remiten, Mandalika podría convertirse en algo más que una carrera. Será también un examen de seguridad, de imagen y de estabilidad para un país que quiere mostrarse moderno y hospitalario, pero que llora todavía a un chaval que solo salía a ganarse la vida en moto.
Imágenes | Pexels
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