Hace 38 años Yamaha creó una moto de 195 cc que se merendaba a las de 1.000 en carretera, pero nadie quiso comprarse una

Yamaha apostó por una deportiva ligera y radical cuando el mercado pedía potencia. La SDR pasó desapercibida, por desgracia

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John Fernández

A veces la historia del motociclismo es un carril lleno de gigantes, de motos que arrasan en ventas y marcan épocas. Y entre medias, casi escondidas, quedan máquinas que no tuvieron la oportunidad de brillar.

La Yamaha SDR fue una de ellas: una deportiva mínima en tiempos de excesos, una moto que quiso ir a contracorriente justo cuando el mercado japonés vivía obsesionado con las cifras grandes y las fichas técnicas interminables.

La rebelde ultraligera que Japón no supo apreciar

En 1987, Yamaha decidió lanzar en su mercado doméstico algo que sonaba a herejía para la época: una deportiva ultraligera de 195 cc, dos tiempos, 34 CV y un chasis multitubular que parecía sacado de una moto artesanal. La llamaron SDR, de 'Super Design Racing', un nombre que ya dejaba claro que aquello no iba de perseguir a las superbikes, sino de romper el molde.

Japón estaba lleno de deportivas de 250 y 400 cc que se compraban tanto por afición como por necesidad: eran más baratas, tenían ventajas fiscales y, sobre todo, necesitaban un carné mucho más accesible que el de gran cilindrada. Yamaha vio ahí un hueco para ofrecer algo distinto: una deportiva ligera, afilada y muy personal. Una moto pensada para la experiencia de conducción antes que para la foto del banco de potencia.

El resultado fue una moto mínima en todo salvo en carácter. El chasis multitubular, una rareza absoluta en Yamaha y en el mercado japonés de la época, convertía a la SDR en un mechero: 105 kilos declarados, casi una bicicleta con mala leche. El monocilíndrico de 2T, refrigerado por agua, tenía ese punto explosivo que se llevaba grabado en los 80, pero con un toque de sofisticación gracias al YPVS y al YESS, dos sistemas de gestión de la válvula de escape pensados para suavizar el típico vacío del dos tiempos a bajo régimen.

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En carreteras reviradas, la pequeña SDR no tenía complejos. No podía ganar en recta, pero sí donde importaba: en el sitio donde se curva el mundo. Ligera, directa, agresiva. Una moto que pedía manos, pero que también daba mucho a cambio si sabías llevarla.

El problema fue que su propio país no la entendió. En una década dominada por el ansia de potencia y el despliegue tecnológico, la SDR parecía demasiado simple, demasiado rara, demasiado adelantada o quizá demasiado honesta. Las ventas fueron discretas y Yamaha la retiró pronto del catálogo. Fin de la historia… O eso parecía.

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Con los años pasó lo que siempre pasa con las máquinas que se salen del guion: la SDR se convirtió en objeto de culto. Un nicho pequeño, sí, pero muy fiel. Hoy es una joya escondida del motociclismo japonés, una moto que recuerda que no todo en los '80 fueron tetracilíndricas desbocadas y carenados con más plástico que personalidad. También hubo sitio para ideas locas, para ingenieros que querían divertirse, para motos pensadas desde el placer de pilotar y no desde la obsesión por la potencia.

La SDR nunca fue un éxito comercial, pero tampoco lo necesitó para dejar huella. Su legado está en quienes la buscan, la restauran y la conocen bien… y en la sensación de que, quizá, Yamaha tuvo entre manos una pequeña genialidad que llegó justo en el momento equivocado.

Imágenes | Yamaha

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