Hay algo que una moto de gasolina jamás podrá hacer, pero sí una eléctrica sí: llegar al volcán más alto del mundo. Pero no sirve de nada

Una Stark Varg eléctrica ha alcanzado más de 6.700 metros de altitud en el Ojos del Salado

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John Fernández

Hay un límite invisible al que la gasolina nunca llega. No está marcado en un cuentavueltas ni en una ficha técnica, sino en el aire. O, mejor dicho, en la falta de él.

En cuanto la altitud aprieta, los motores de combustión empiezan a desfallecer. Da igual lo refinada que sea la inyección o lo bien afinada que esté la mecánica: sin oxígeno, no hay fiesta. Y es justo ahí donde una moto eléctrica juega otra partida. Stark lo ha demostrado llevando una Varg EX hasta un terreno donde las motos tradicionales ya no compiten, simplemente sobreviven.

Donde la gasolina deja de respirar, la eléctrica sigue empujando

El escenario no admite medias tintas. El Ojos del Salado, en Chile, es el volcán activo más alto del planeta y uno de esos lugares donde todo se complica: el frío, el viento, el suelo volcánico y una atmósfera tan pobre en oxígeno que convierte cualquier error en un problema serio. Allí, el piloto suizo Jiri Zak ha alcanzado los 6.721 metros de altitud sobre una moto eléctrica de enduro. Y no, no era un prototipo experimental ni una mula camuflada: según Stark, la moto era una unidad de serie.

La clave no está en la velocidad ni en la potencia máxima, sino en algo mucho más básico. Mientras un motor térmico pierde rendimiento a cada metro que gana altura, el eléctrico entrega su par de forma constante. No hay que ajustar carburadores, ni mapas, ni rezar para que arranque tras una parada. En un entorno donde detenerse puede significar no volver a arrancar, esa diferencia lo cambia todo.

El proyecto llevaba tiempo rondando la cabeza del equipo. Zak lo explicaba de forma sencilla, sin épica innecesaria: "Queríamos ir donde la combustión deja de ser eficaz. Subir alto, hacerlo en eléctrico y comprobar hasta dónde se puede llegar". El Ojos del Salado no perdona, y precisamente por eso se convirtió en el laboratorio perfecto.

Nada se dejó al azar. Días antes del intento definitivo se calibraron y certificaron los equipos GPS para que el registro fuera incuestionable. El ataque final se realizó a finales de noviembre, con condiciones meteorológicas cambiantes y temperaturas que ponían a prueba tanto al piloto como a la electrónica y a las baterías. La gestión de la energía, la tracción sobre un suelo inestable y la navegación en un paisaje que cambia en cuestión de minutos fueron tan importantes como girar el puño.

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Desde Stark lo tienen claro. Para Anton Wass, CEO de la compañía, el mensaje va más allá del récord: "No se trata solo de una cifra. Se trata de demostrar que una moto eléctrica no es una concesión, sino una herramienta que funciona donde otras dejan de hacerlo". En ese contexto, la altitud se convierte en argumento técnico, no en simple titular.

El descenso confirmó lo que ya se intuía arriba: en la montaña manda la naturaleza. El viento había borrado trazadas conocidas y la nieve había cambiado el terreno respecto a intentos anteriores. Zak regresó al campamento base con la sensación de haber abierto una puerta más que de haber cerrado un reto.

Ahora toca esperar la validación oficial de los datos para que el récord quede certificado. Pero, con o sin diploma, el mensaje ya está lanzado. Hay lugares donde la gasolina se queda sin aire. Y hay motos que no lo necesitan.

Imágenes | Stark

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