Los americanos han roto las reglas. Y no es una frase lanzada al aire. Es la conclusión amarga a la que llega Paolo Simoncelli cuando habla del MotoGP actual, ahora ya en manos estadounidenses.
El padre de Marco Simoncelli, fundador del equipo Sic58 y una de las voces más respetadas (y también más incómodas) del paddock, no esconde su enfado ni su desconcierto ante el rumbo que está tomando el Mundial.
MotoGP ya no es el que era, y Paolo Simoncelli no piensa callarse
A sus 75 años, Simoncelli reconoce que cada vez le cuesta más reconocerse en este campeonato. Lo dice con la franqueza de alguien que ya no necesita agradar a nadie. La llegada de la nueva propiedad norteamericana, con Liberty Media como actor central tras la compra de Dorna, supone para él una ruptura cultural profunda. No solo una cuestión de gestión o de negocio, sino de valores. "Estos americanos ya me han enfadado", afirma sin rodeos. Y va más allá: "Pretenden cambiarlo todo; parece que nada de lo que hemos construido está bien".
El punto que más le duele no es menor. Simoncelli denuncia que se está vaciando de valor la historia deportiva del motociclismo, especialmente la de las categorías pequeñas. Según explica, la nueva visión prioriza casi exclusivamente los títulos de MotoGP, relegando (cuando no directamente eliminando) los logros en 125 cc, Moto3 o Moto2 de los recuentos oficiales: "Quieren eliminar los títulos ganados en las categorías inferiores de los recuentos oficiales", advierte. Y ahí lanza la frase más dura: "De esa manera desaparecerían mi hijo Marco, los Gresini o los Nieto. Quieren borrar la historia".
Para Simoncelli, el riesgo es convertir el campeonato en un producto puramente espectacular, desconectado de su memoria y de su función formativa: "Solo quieren espectáculo, así que montemos un circo", resume con ironía amarga. En ese contexto, critica también el modelo actual de acceso al Mundial: pilotos cada vez más jóvenes, hiperpreparados por managers y entrenadores desde niños, con físicos de MotoGP a los 18 años, pero con una estructura que, paradójicamente, retrasa el acceso real a la élite. Su propuesta es tan sencilla como incómoda: "Todo equipo de MotoGP debería tener un equipo en Moto3 y Moto2". Una pirámide real, no solo un escaparate.
Esa sensación de inutilidad, de hablar sin que nadie escuche, le lleva incluso a plantearse la retirada. No como un portazo, sino como una rendición serena: "A esta edad, todo se complica. Voy a echar mucho de menos las carreras", confiesa. Sabe que dejar el paddock sería duro, pero también es consciente de que quedarse sin creer en lo que ve resulta todavía peor. Eso sí, bromea con que no corre peligro de aburrirse: su mujer le empuja a seguir activo cada día, a no quedarse quieto.
Cuando la conversación gira hacia Marco, el tono cambia. No hay épica ni mitificación. Marco no es un icono congelado en el tiempo, sino una presencia cotidiana. Sus cenizas siguen en su habitación, que permanece intacta: "Todavía duerme allí". Paolo admite que sueña con él, aunque prefiere guardarse lo que hablan. El dolor sigue ahí, pero sin reproches: "Este era el destino de Marco. Mi esposa y yo hicimos todo lo posible para hacerlo feliz, y murió mientras hacía algo que lo hacía feliz".
El recuerdo del último día sigue clavado como una espina. Una sensación física, casi premonitoria, que aún hoy no se le borra: "Un viento helado que olía a muerte me golpeó. Me dije a mí mismo: 'Voy a detenerlo'. Pero solo quedaba un minuto".
Tras la tragedia, abandonar nunca fue una opción inmediata. Fundar el Sic58 fue, en sus propias palabras, una forma de supervivencia: "Fundé el equipo para no morir". Las carreras le regalaron quince años más de vida emocional, le ayudaron a llenar el vacío y a seguir adelante. En ese camino, Simoncelli no olvida a Carmelo Ezpeleta, a quien agradece haberle apoyado siempre, incluso en los momentos más difíciles.
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