Del hijo de Phil Read a una moto plegable: Así fue como MV Agusta probó suerte con las minimotos

Cuando pensamos en MV Agusta estamos acostumbrados a imaginar motos de carreras legendarias pilotadas por nombres míticos como Giacomo Agostini, o incluso en una época más moderna de diseños italianos extremadamente llamativos.

Pero hubo un tiempo en el que la industria de la moto podía permitirse ciertas licencias y así lo hizo MV Agusta produciendo algunas minimotos realmente atípicas. Esta es la historia de cómo la marca italiana probó suerte en este mercado.

De los 500 cc en el Campeonato del Mundo de Motociclismo a la primera minimoto de MV Agusta

Para una fábrica como la de Varese en una época, la segunda mitad del siglo XX, en la que dominaban con mano de hierro dentro de los circuitos, el sentimiento de invencibilidad era máximo. Los mejores pilotos de motociclismo del mundo corrían con sus motos, que las mejores que cualquiera con unas mínimas aspiraciones pudiera desear.

Así, cuando Phil Read se hizo en 1973 con el título de campeón del mundo en la categoría reina (el sexto de sus siete mundiales) pilotando la MV Agusta 500, la fábrica decidió que entre las celebraciones de aquel éxito también iban a regalarle a su hijo, un crío de muy corta edad que disfrutaba viendo correr a su padre, una pequeña minimoto.

Fue así como nació la MV Agusta Mini Bike Racing, una minimoto como las que pueblan los circuitos de karting pero con la salvedad de que fue fabricada por una pequeña gran marca de motos y un ingente prestigio a sus espaldas.

Alrededor de un chasis de tubo de acero dotado de horquilla telescópica en el tren delantero y doble amortiguador trasero, MV Agusta creó una pequeña moto a escala. Una réplica de la bellísima moto de Gran Premio que utilizó un carenado de fibra de vidrio muy similar al de la moto campeona, con esas líneas rectas y aquella cúpula de burbuja tan característica. Y como remate, usaron un colín de líneas cuadradas y un largo depósito.

En su interior se escondía un pequeño motor monocilíndrico refrigerado por aire de 47,6 centímetros cúbicos y una mecánica de dos tiempos que escupía su sonido característico a través de un sistema de escape que tenía cuatro silenciadores. Sí, cuatro, como el de la moto de 500 cc.

El motor no lo produjo MV Agusta, sino que corrió a cargo de Franco Morini, mientras que la transmisión se realizaba a través de un variador. Con sus escasos 30 kilos de peso, esta moto de carreras en miniatura era capaz de alcanzar los 40 km/h, nada mal para un crío.

Después del tirón mediático de los éxitos de MV Agusta en las carreras, aquella pequeña moto para el hijo de Read se viralizó. Fue tan popular que los teléfonos de la fábrica de Varese empezaron a echar humo con aficionados que querían una moto como aquella, obligando en cierto modo a MV Agusta meterse de lleno en el mundo de las minimotos.

En el momento de su comercialización, poco tiempo después de aquel 1973, las MV Agusta Mini Bike Racing podían elegirse con tres medidas diferentes para sus bellas llantas de radios: ocho, diez o doce pulgadas de diámetro y ligeras variaciones en la carrocería, aunque siempre pintadas con los icónicos colores rojo y plata de la marca.

Hace un par de año una de estas minimotos, una unidad de 1976, fue subastada en París y las pujas superaron los varios miles de dólares. No es de extrañar, pues es una de las pocas veces que una gran marca ha producido minimotos de manera oficial, y más aún cuando se sabe que se produjeron unas 300 unidades de las que han sobrevivido muy, muy pocas.

Bonus track: MV Agusta Omer

Pero esperen un momento, porque esto no acaba aquí; aún hay más. Por si no te había parecido suficientemente esperpéntica la Mini Bike Racing, MV Agusta tuvo otro modelo de minimoto en una especie de intento por replicar el éxito de Ducati con la Cucciolo.

Se llamaba MV Agusta Omer y era una minimoto de concepto utilitario, juvenil y dispuesta a comerse el mundo con sus capacidades. Vale, su motor de 47 cc y dos tiempos de 1,6 CV igual que el de la Mini Bike Racing para un peso algo superior no la convertían en la moto más rápida del mundo, pero la firma italiana creía haber encontrado un nicho.

Con el crecimiento exponencial de las ciudad en la segunda mitad avanzada del siglo XX, la Omer lanzó una propuesta relativamente innovadora, aunque ya vista anteriormente en las motos aerotransportadas de la Segunda Guerra Mundial: era plegable. Sí, plegable como una bicicleta eléctrica de más de 3.000 euros, pero de una forma mucho más rudimentaria.

La Omer contaba con todas las funciones propias de una moto, tenía chasis de espina central de acero, un asiento y manillar telescópicos, portabultos trasero, luces, suspensiones y freno.

Al margen del equipamiento tradicional de una moto, la Omer añadía que su dirección podía bloquearse a 90º, plegar el manillar y recoger el asiento para reducir al máximo sus dimensiones. No, lo que quedaba no era una versión de bolsillo cómodamente transportable, pero al menos ocupaba un espacio más contenido que una moto a tamaño real de la época.

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