La primera vez de Carlos D en el hospital

Sigamos con la temática que inició Albi la semana pasada con aquella primera moto en condiciones y que vosotros estáis continuando a través de todas las crónicas que nos hacéis llegar a la dirección de correo laprimeravezenmoto@motorpasionmoto.com, espectacular vuestra respuesta, sin palabras. Ahora bien, si me permitís, os contaré una de las peores semanas, sino la peor, que he tenido sobre dos ruedas.

Para empezar hay que matizar este título, porque evidentemente más que la primera vez en el hospital –que supongo coincidirá con mi cumpleaños– es la primera vez que entré al hospital por causa motera, y que curiosamente coincidió con otro cumpleaños, el de mi querida madre. Decía Pelayo, que si la fuerza de la gravedad es de 9’8 a él le atraía con una fuerza, así tirando por lo bajo, de +-18,8. Pues bien amigo mío, fuera por una alineación desconsiderada de los planetas, o por la inevitable atracción entre los carenados italianos y el asfalto tostado por la primavera manchega, durante la semana del 24 de mayo de hace unos años un servidor se convirtió en el astro rey de La Mancha. Atraía absolutamente todos los obstáculos.

Nos remontamos, como no, al lunes. Faltaba en torno a una semana para la temporada de exámenes de Bachiller que precedían a los de selectividad, en caso de que pasaras los primeros. Los incultos y cenutrios de mis compañeros se dedicaron a encerrarse en casa o, en su defecto –teníais que ver a mis compañeros…–, en unas abarrotadas bibliotecas que comenzaban a necesitar un poco de aire acondicionado. Pues bien, el aquí presente –yo– decidió que no sabía estudiar sino tenía presión y que era mucho mejor para mi organismo dedicar las tardes y horas libres a disfrutar del buen tiempo con su moto. Así, cuando llegara el fin de semana podría estudiar tranquilamente, feliz y contento. Tres fallos cometí en este instante:

  • Uno: creer que podría estudiar en dos días lo que el resto de la humanidad hacía en semanas.
  • Dos: olvidar que tengo una adorable alergia al polen, al olivo, al pelo del gato, del perro… y a tantas cosas que casi ni me acuerdo.
  • Tres: olvidar que era primavera. Viva las flores.

En definitiva, necesitaba una excusa para salir y mi progreso académico era la mejor que podría encontrar. Así que aquella mañana salí con dirección Piedrabuena, Tabla de la Yedra etc… para quitarme un poco las telarañas tras un tiempo sin haber salido demasiado. No pasó nada digno de mención, salvo el Renault R9 que me hizo un por fuera con cinco personas mientras yo creía estar a punto de rozar con el codo –de hecho lo escondía, nunca se sabe–. Pero llegando a Ciudad Real no se me ocurrió otra cosa que seguir aprovechando el resplandeciente sol y llamar a un par de amiguetes para ir de terracitas. A 300 metros de mi destino mi campo de visión se centró, sin poder remediarlo, en la fémina de cuyas curvas no quiero acordarme que caminaba rompiendo el suelo. Podría haber captado su atención con mi pose de “soy un interesante motero solitario” pero lo que de verdad le llamó la atención fue el leñazo que me pegué cuando al volver la vista al frente me encontré un BMW de matrícula francesa. El intermitente derecho y su correspondiente maneta se habían volatilizado convirtiéndose en unos cables con plástico colgando y una estaca metálica anodizada en rojo. Yo, con el casco quitado, comencé a estornudar sin parar… la cara de la chica al verme en aquella situación era un poema, imaginad la mía. Eso sí, la Coca-cola me la tomé bien a gusto.

Se conoce que me había quedado con ganas de más y el martes coincido en la gasolinera de siempre con el par de amigos con los que había quedado el día anterior. Estando allí planeamos una ruta improvisada para “descubrir mundo”. Para ser sincero hoy no sabría volver al sitio donde nos metimos, sólo sé que aquel camino de cabras asfaltado podía ser utilizado perfectamente como entrenamiento para irte al Dakar, o mejor, como etapa previa al Dakar. Mis esperanzas se centraban en la increíble horquilla invertida italiana que montaba mi pequeña dos tiempos mientras esperaba que las coreanas de mis compañeros no aguantaran el ritmo. Mi razonamiento fue desde el comienzo erróneo ya que la dureza de mi suspensión hizo que cada pequeño bache se convirtiera en uno de esos saltos de la Isla de Man. Mis queridos acompañantes, con sus flanes en las ruedas, avanzaban sin mayores problemas.

Ya habíamos pasado la parte más dura y nos adentrábamos en una serie de curvas rápidas y anchas donde podría darles caza. Lo hice, me lo pasé en grande. Hasta que llegamos un cruce anterior a Porzuna, donde es necesario pasar por el carril contrario. La coreana pasa. Llego yo. Freno. Miro a ambos lados y salgo girando con decisión el manillar para tomar mi camino. O eso intenté, porque cuando me disponía a ello me di cuenta de que la dirección estaba bloqueada y que me acercaba –no sabría decir con que fuerza de gravedad– peligrosamente al suelo: tornillo de 10cm de la araña bloqueando la horquilla, intermitente izquierdo y maneta a imagen y semejanza de sus compañeros de la derecha y un carenado parcialmente reconstruido y fijado con tantas bridas como fueron necesarias. Más tarde, al coincidir con una R1 en la gasolinera me preguntó:

  • Inocente compañero de la R1: Pero bueno, ¿dónde vas así?
  • Yo: Nada tio, unos cabrones que me han robado los tornillos, ¡cómo le valen a la 50cc!…

Aquello supuso que dejara la moto tranquila unos días, al menos sin salir a carretera, hasta que el sábado por la mañana recibí la llamada de un amigo que me invitaba cariñosamente a quedar y salir a que nos diera el aire. Salté de la cama, me enfundé el mono y salí corriendo por el pasillo a las ocho y media de la mañana mientras mi madre me preguntaba; – ¿dónde vas? ¿no se te olvida algo? – ¡Qué va! Si hasta le he puesto el pinlock a la pantalla…

Estupenda mañana desayunando en Puertollano, parada antes de poner rumbo a Montoro y su embalse. Asfalto nuevo, muy poco tráfico y un guardarrail que acababa de ser tapado con dobles biondas verdes, para no desentonar con naturaleza. Quizá fueran las ganas acumuladas durante los días sin salir o el sentimiento de competición por estar al lado de Repsol, pero el caso es que encaramos aquella carrera con demasiado ímpetu. Sobre todo por mi parte; tenía mucha menos experiencia, menos moto, menos frenos y menos suspensiones pero imitaba cada movimiento de las GSXR que tenía delante. Así llegó una curva a derechas formada por dos partes: una primera más abierta y una segunda cerrada. A la primera llegué ya al límite de los grados que permitían unos neumáticos que pedían un cambio. Y cuando me di cuenta de que no entraba intenté tumbar aún más para tomar la segunda.

Nunca había tenido una caída rápida. Pensaba que cuando te caías, tenías tiempo para pensar en protegerte para no hacerte daño, igual que en las carreras de la tele. Pero la realidad es otra. Lo siguiente a notar el roce del asfalto en la rodilla fue notarlo en la bota… y en el codo, y en el hombro, y posteriormente en la espalda y el muslo, hasta sentir un tremendo golpe en seco en la cabeza y la parte izquierda del cuerpo. Aturdido me aparté como pude del carril contrario –había rebotado en la doble bionda– y me senté a chequear que estaba bien; sólo me dolía bastante la muñeca derecha que en otras ocasiones ya me había fracturado.

Minutos después, más tranquilo, supe lo que había pasado y me di cuenta de que había estado a sólo un metro de cortarme en dos pues la doble bionda dejaba libre uno de los postes del guardarrail. Observé horrorizado la marca roja de mi mono en el asfalto, la pintura verde en mi casco y el golpe en la chapa que coincidía justo con otro de los soportes.

Aquella segunda oportunidad que otros no han tenido me ha servido a lo largo de los años para cambiar radicalmente mi comportamiento, no sólo en la carretera, sino en la vida. Desde entonces vivo intentando aprovechar las 24 horas del día para disfrutar de los pequeños detalles que pasan desapercibidos por la monotonía. No he vuelto a olvidar el cumpleaños de mi madre. He intentado cuidar a mi familia y seres queridos. He intentado no preocuparme por los problemas del día a día pues en realidad tienen fácil solución y realmente no son tan importantes. Y, sobre todo, he aprendido a regalarme siempre unos minutos al día para mí, para irme a la cama consciente de que soy feliz con todo lo que tengo.

Os animo a seguir mandando vuestros correos. Con el registro que os parezca, crónicas, viajes… casi cualquier cosa tiene cabida. Recordad: laprimeravezenmoto@motorpasionmoto.com

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