En moto por el Oeste Norteamericano (11): Por fin, rodando en la ruta 66

En moto por el Oeste Norteamericano (11): Por fin, rodando en la ruta 66
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Finalmente, dada la imposibilidad de llegar a Flagstaff desde Grand Canyon, Williams fue el punto más al este de nuestro viaje. A partir de ahí, siempre rumbo al oeste, en busca de Los Angeles. En busca del oceáno Pacífico. Ruta 66. Tantas veces leída, tantas veces soñada, tantas veces imaginada. Dejó de ser un icono distante y paso a ser simplemente una señal de tráfico.

Es extraña la Ruta 66. Oscila entre el peregrinaje mitológico y la ignorancia más radical. Tan pronto te encuentras en un pueblo que está dedicado en cuerpo y alma a mantener viva la Ruta 66 como te encuentras perdido en un cruce de carreteras donde no hay ninguna maldita indicación. Sin término medio. Puramente norteamericano.

El viernes 2 de abril desayunamos de manera pantagruélica en el espectacular Bed&Breakfast en que nos habíamos quedado a dormir. Premio merecido. El desayuno estuvo a la altura del resto de la casa. Además, hacia un sol radiante y esta vez parecía que el frío había quedado definitivamente desterrado. ¿Sería verdad?.

Fue una mañana sin prisas dedicada a recomponer el puzzle del equipaje y revisar los mapas. Una vez en marcha, nos dedicamos a pasear por Williams: el pueblo se veia diferente al día anterior sin nieve ni frío. Es un pueblo agradable en el que hay unas cuantas tiendas dedicadas a los recuerdos de la Ruta 66 que se alternan con bares y tiendas al consumo local. Una tienda "muy norteamericana" tenía un enorme letrero Freedom is not free envuelto en una enorme bandera de barras y estrellas. De hecho, filosofando un poco podríamos llegar a decir que pocas cosas que valgan la pena son gratis, ¿no?; aunque me temo que el sentido de la frase era más "patriótico"...

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Una de las cosas que me ha encantado del viaje por los USA son los vehículos que uno se va cruzando por la carretera. Esa gente realmente ama los automóviles. Bueno, creo que ama todo tipo de cacharros con ruedas. El tamaño medio supera en bastante lo que estamos acostumbrados a encontrarnos por España. Pick-ups enormes muy altos o bajados de suspensiones hasta extremos inverosímiles. Coches clásicos de todas las épocas. Personalizaciones de todo tipo...

Más de uno me lo habría traído para Barcelona, pero afortunadamente no cabían en las maletas de la Harley. El que más me gustó fue uno que me encontré paseando por Williams. Un Volkswagen Escarabajo preparado hasta las cejas con el estilo de las clásicas carreras desérticas californianas, las célebres Bajas. Recuerdo una novelita que cayó en mis manos hace unas cuantas decenas de años, protagonizada por estos bichos preparados para el desierto. La leí y releí montones de veces. Alumbró muchas de mis fantasías de juventud. Y de repente, estaba allí aparcado frente a mí. Sacado de la novela. Le di como veinte vueltas y lo fusilé a fotos. Aquí tenéis una para poder admirarlo.

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Había que ponerse en marcha. Ya era casi mediodía y únicamente habíamos comprado unos cuantos recuerdos de la Ruta 66. Los primeros kilómetros hasta Ask Fork fueron tranquilos. Bajar por la misma autopista por la que habíamos subidos muertos de frío el día anterior. Tras cruzar el pueblo, al llegar a la milla 139 abandonamos definitivamente la autopista y hacemos un primer tramo de carretera por la ruta clásica de la 66.

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Son pocas millas, unas 20, las que nos acercan hasta Seligman, el pueblo donde habíamos dormido un par de noches antes. Pero entonces ni siquiera pudimos recorrer el pueblo. Pasamos de largo el Motel-Pizzeria donde nos habíamos alojado y llegamos al centro. ¿Como definirlo?. Seligman es el lugar de nacimiento de la Asociación de la Ruta Histórica 66 en Arizona. Y el pueblo parece consagrado a la Ruta 66.

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Hay unas cuantas tiendas de recuerdos de todo tipo: chapas, tazas, adhesivos, bufandas, pañuelos, miniaturas, bolas de cristal con nieve y un larguísimo etcétera de peculiar cacharrería yanqui de lo más variado. Además, unos cuantos bares con coches oxidados de los cincuenta, viejos puestos de gasolina,... Todo con un dulce olor a rancio, pero con encanto. Eso es parte de lo que habíamos venido a buscar a la Ruta 66, ¿no?...

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Disparamos cientos de fotos a cada detalle: suerte que las cámaras de hoy en día son digitales y no gastan carretes. Desde Seligman parte un buen tramo de la ruta clásica de la 66 hasta Kingman, unas 70 millas. Nos alejamos de la autopista un buen trecho, y empezamos a saborear esa carretera perdida por el desierto. Numerosos restos de hoteles y moteles abandonados nos recuerdan que hubo una época en que esta carretera era muy transitada. Hoy apenas la recorremos nosotros.

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Esperaba cruzarnos con más viajeros en la Ruta 66, pero la verdad es que hay muy poco tránsito. En todo el día apenas nos encontramos con un par de grupos de motoristas y alguna autocaravana. Realmente, no hay presión turística en la ruta. La primera parada fue en un punto perdido del mundo, Grand Canyon Caverns, unas grutas con un enorme dinosaurio en la puerta de un bar en el que no hay nadie. Decidimos no entrar a las cuevas y volver a la carretera.

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Una serie de pueblos pequeños (el más grande no llega al medio centenar de habitantes) jalonan la carretera: Peach Springs (¿no era algo parecido el de la película de dibujos animados Cars?), Truxton, Hackberry,... Y de nuevo, una gasolineras con sabor a historia, entre muchas otras abandonadas.

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La carretera desciende hasta Kingman, donde regresamos al museo dedicado a la Ruta 66. Esta vez sí que lo visitamos. Está curioso. Pero lo que nos encantó fue el bar donde comimos, todo pintado en color rosa y verde pastel: un regreso a los felices años cincuenta. Una vez más, parecía que estábamos en una pelicula, ¡hasta por la voz de pito de las chicas que atendían!.

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Bienvenidos a la Ruta 66. Historia en vivo.

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